No hay mejor prueba que los Franco para demostrar que si se olvida el pasado, la impunidad llega al presente

El único momento de gloria que nos ha concedido el Pazo de Meirás desde que Pardo Bazán dejó de escribir allí sus novelas para que Franco pudiese firmar penas de muerte fue la boda de Jimmy Giménez-Arnau, a la postre el único asalto verdaderamente dañino a la dictadura, si bien ya un poco tarde. Pero esa boda, en la que el marqués de Villaverde acabó borracho jugando al tenis, no ha tenido sitio en el vídeo promocional con el que los Franco han puesto a la venta el Pazo siguiendo su tradicional modus operandi: poner precio a lo robado cuando ya no se puede disfrutar más de él. O como resumió el marqués, seguramente pidiendo ojo de halcón: “Llega un momento en que la vaca deja de dar leche y hay que comérsela”.
Yo supongo que estoy reabriendo heridas, pero son heridas muy caras. Ésta de ocho millones de euros, concretamente. Ese mérito hay que otorgárselo a los Franco, y es un mérito insólito. Que la familia de un dictador viva en su país a todo tren con los millones amasados bajo el régimen y que siga haciendo fortuna 40 años después con propiedades usurpadas no tiene tanto mérito como el haber conseguido que buena parte del país, y no una parte menor y no siempre ultra, considere que señalar a su familia sea obsesionarse con Franco, denunciar la venta de Meirás sea volver a dar la matraca con el franquismo y desenterrar los muertos querer ganar la guerra.
No hay mejor prueba que los Franco para demostrar que si se olvida el pasado, la impunidad llega al presente. Porque lo curioso de tener un elefante en una habitación no es pensar en él. Lo curioso es no querer saber cómo ha llegado aquí.
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